Another Day of Sun

By Carmen Arroyo Neto

El martes a las 12 del mediodía va siendo hora de salir de casa -pese a mi increíble capacidad para perder el tiempo-. Nueva York, 16 grados y un sol que ciega en pleno Harlem. El día perfecto para cantar por la calle, sacar selfies y estrenar las gafas de sol con las que te crees invisible. Como yo, Harlem respira primavera. Dos chicas afroamericanas se ríen en la esquina de la 143 mandando fotos por WhatsApp, el gato del deli 'Los Vecinos' se contonea delante de la tienda, y el puestecillo de frutas y verduras de Broadway escucha Carlos Vives a todo volumen.

Yo, cantando a Carlos, camino hacia el metro, cuando un chaval de veintisiete años me empieza a seguir. Lleva una gorra de cazador gris, un pantalón de chándal gris, una camiseta de propaganda gris, y una sudadera negra, para alegrar el atuendo. Yo continúo con mis selfies y él continúa detrás. Al rato me alcanza, me llama y me pide que si me puede preguntar algo. Momento de duda. Siempre dudo cuando hay algo fuera de la rutina. Es Nueva York, y como nos prometen las pantallas de Times Square, aquí puede pasar cualquier cosa. El resto de tu vida está a una parada de metro, a una conversación con un extraño o a una copa en el bar adecuado. Como el sonido del timbre en una puerta, cada instante anuncia el cambio definitivo a tu vida. En Union Square te ofrecen un corte de pelo gratis; dos calles más arriba, la limpieza facial a mitad de precio; y por el Flatiron, te preguntan si pensaste en ser modelo -well, man, I still do-. 

El chico se para a mi lado y me vuelve a preguntar: "¿Tienes un segundo?". Tengo una vida. Pero son las 12 del mediodía y ya he hecho muchas estupideces esta mañana. Así que, con la cabeza fría, me despido del cambio y la novedad. "Mira, no, que llego tarde". Me meto en la boca del metro y él me mira desde arriba pegado a la barra. Mientras espero a la línea 1, me imagino qué querría de mí: dinero, ligar, ayuda para desatascar el váter, consejo sobre color de cortinas, droga, un mechero, un libro, un rato de conversación hasta que llegue su madre, ofrecerme un trabajo... Y lo más seguro: nada.

Me acerco a Columbia y la canción de Lalaland resuena en mi cabeza: "It's just another day of sun". Nueva York nos engaña. De lejos, nos promete cambios de 180 grados, puertas que, si las abres, transformarán tu vida. Y de cerca, nos recibe con hombres aleatorios pidiendo dinero o el número de teléfono, porque tras esas puertas no hay nada, más que la intriga. En Nueva York, la primavera solo nos trae another day of sun.